29 de mayo de 2015

Painted Black

“I see a red door and I want it painted black
No colors anymore I want them to turn black…”
Mick Jagger & Keith Richards



Voy a matarlo— esas palabras resonaron en la mente de Alexia irrumpiendo en su sueño. Sus párpados se abrieron revelando el negro de sus pupilas, que se clavaron en el chico que dormía junto a ella. Allí estaba él, descansando a su lado, tranquilo y con vida, vivo. Ella era ahora su mujer. Las amenazas de Mercedes no debían asustarla más.  
Si no es mío, no es de nadie— le había jurado cuando se apareció frente a la puerta de su casa, sola, desalineada y llorando a mares. Ese nadie era Alexia. Unos meses atrás, Xabier había abandonado a Mercedes para correr a sus brazos. Todo era perfecto desde entonces. Y parecía ridículo que desde ese día en que Mercedes había irrumpido con amenazas, Alexia no descansaba tranquila. Sentía pena por Mercedes, pero no era culpa suya. Mercedes era la única responsable de que Xabier la haya dejado. Aunque era incapaz de aceptar su responsabilidad y parecía dispuesta a todo, incluso de matar a aquel a quien consideraba su gran amor.
Los sueños, las pesadillas, no daban tregua a su tormento. Mercedes parecía haber enloquecido, ignorar ese hecho le resultaba imprudente, y su inconsciente no podía evitar proyectar por las noches sus grandes temores. La mujer no estaba en su sano juicio y parecía ser capaz de cualquier cosa. Cada noche, Alexia soñaba con la muerte de su pareja y despertaba aterrada, rogando encontrarlo con vida y durmiendo a su lado, como ahora.
— ¿Qué te pasa, Alex?— Xabier despertó, la intensa mirada de su mujer había atravesado su sueño y lo había traído al mundo real.
— Nada, pienso…— dijo Alexia, intentando en vano disimular su miedo, como hacía siempre. Claro que inútilmente, porque Xabier estaba al tanto de sus tormentos. Las primeras noches tras las amenazas, los despertares habían sido mucho más intensos, cargados de gritos y sollozos, por lo cual había tenido que explicarle los motivos de su estado.
— En Mercedes, ¿no?— él le sonrió, una de esas sonrisas calmas, de las que intentan apagar inútilmente ese inquietante temor que a veces envuelve al alma de la mujer—. Te dije más de mil veces, es puro ruido, la conozco, no mataría una mosca—. Él le acarició la espalda, recorrió sus muslos y la besó, seduciéndola, tratando de distraerla de sus pensamientos. Ella acarició su pecho, su estomago y se dejó llevar por el deseo. Sus cuerpos se unieron hasta que el placer los venció. Cayeron profundamente dormidos uno en brazos del otro.

Cuando Xabier abrió los ojos, el amanecer había llegado y su mujer no estaba a su lado.
— ¡Alexia!— llamó. Nada.
Voy a matar a esa puta— había jurado Mercedes en el instante en que él estaba atravesando la puerta con su bolso para abandonarla por su nuevo amor, la dulce y tierna Alexia. Eso había jurado el día que él dejaba atrás años de sometimiento a una mujer delirante, enferma. Saliendo al fin de una relación miserable y sin sentido. Abandonando la tristeza por la esperanza. Al recordar esas palabras, sintió que su corazón se aceleraba y un frío intenso recorría su espina. Nunca las había tomado en serio, nunca hasta ahora. Vistió lo primero que encontró y corrió, sin nada más que su celular y un juego de llaves en el bolsillo, a casa de Mercedes.
La casa era la viva imagen del dolor y la locura de Mercedes, tal como la había dejado. Entró sin llamar, la puerta estaba sin llave, las luces apagadas y todo estaba cerrado, la oscuridad era intensa. Pero se oía claramente una canción, Painted Black.
Se dirigió al pasillo que daba al cuarto y al baño, notó que había algo derramado en el piso, patinó y cayó de espaldas sobre eso. Era un líquido espeso, lo iluminó con su celular, era rojo, rojo sangre. Pero no, no podía ser, Mercedes no mataba una mosca. Durante años había luchado contra su depresión, sus trastornos obsesivos, su compulsión, pero nunca contra la maldad. Una sensación de frío recorrió su espina, no podía ser posible. Alexia no tenía nada que hacer allí, nada. Sin embargo, el piso estaba cubierto en sangre.
Con dificultad, se puso de pie y encendió la luz. El rastro de sangre conducía al baño. Dispuesto a descubrir cualquier cosa, decidió entrar, decidió verlo él mismo aunque fuera incapaz de olvidar. No podía ser. Pero sus ojos revelaron algo quizás igualmente perturbador a aquello que anhelaba no ver. Mercedes yacía en la bañera con sus muñecas cortadas, sumergida en un rojo intenso.

— No me esperes, amor… pasó algo… le pasó algo a Mercedes.

Cientos de policías, toma de declaraciones, esperas, preguntas, respuestas. Largas horas pasaron hasta que Xavier pudo volver a su hogar.
Allí encontró a Alexia en la cocina, preparando la cena, esperándolo. Ella corrió a sus brazos al escucharlo entrar.

— Lo lamento tanto, amor, lamento que hayas tenido que ver eso. Sé que fueron mis pesadillas lo que te llevaron a la casa de Mercedes a esa hora— dijo ella entre besos al ver su la mirada perdida en el horror, en la culpa—. Pero no te sientas mal, ella lo quiso así. Era cuestión de tiempo…— Alex estaba animada, en cierta forma. Parecía no notar el rojo oxido que manchaba la ropa de Xavier. Se dio vuelta, tomó un cuchillo de la pileta de la cocina y, mientras cortaba la carne en bifes para arrojar a la plancha que aguardaba incandescente, comenzó a tararear una canción de los Rolling Stones.

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