El sueño de Emma




Es raro como se ve todo desde el aire. Siempre me gustó la imagen de los picos de la cordillera vistos desde la ventanilla. El avión parece rozarlos. Vienen a mí imágenes de Alive. El extremo de la lucha para sobrevivir, el sometimiento a la ingesta de carne humana. Sin embargo me sigue gustando el paisaje.

Tal vez hoy no. Hoy no debería estar volviendo. El trabajo no está terminado, aún me queda un mes, pero entendieron, tengo una semana.

El sueño me asalta. Caigo profundamente dormida. Sólo faltan unos cuantos minutos para aterrizar.

Sé que estoy soñando, no lo dudo en ningún momento. Sin embargo todo parece real. Estoy en nuestra casa, la casa de los viejos. Mi hermana y yo estamos tomando mate en la mesa de la cocina. Tiene una sonrisa triste. Sus ojos ya no son lo que eran, no miran al futuro, no hay futuro, sólo la melancolía del pasado.

Me ceba otro mate, nuestras manos se unen cuando ella me lo pasa. Están frías. Me mira sonriendo, pero con ojos húmedos.

- Ya es hora de que me vaya.

Me despierto sobresaltada. El avión aterrizó. En los sueños el tiempo nos engaña. Siento que no dormí nada.

“¿Qué es la vida sin sueños?” me decía siempre Ana. No sé. Es vida, punto.

Yo tengo sueños, muchos. Demasiados. No renuncio a ellos. Ana lo hizo. Se enamoró. Él no quería a sus sueños y ella los tuvo que dejar ir. Aún así, siempre parecieron felices.

Llego a tiempo para el entierro. Nunca una se imagina enterrando a su hermanita menor. Dicen que se cortó las venas. Es raro, no soportaba ver sangre.

Fueron ocho horas de viaje, tengo que pasar por mi departamento y buscar el auto. La funeraria me aseguró que iban a esperarme. Soy el único familiar vivo que le queda.

Todo está como lo dejé. Me tiro en la cama tratando de relajarme un poco. Tengo sueño, no dormí nada, sólo soñé. Intento dormir un segundo, pero vuelvo a soñar. Estamos en el cementerio, en la tumba de papá. Mi hermana, Ana, me habla.

- Quién hubiera dicho que ibas a volver tan pronto.

- Pero si llegué muy tarde- le digo llorando.

- Sí, para mí es tarde. Pero después de todo ¿qué es la vida sin muerte?

- No hay vida sin muerte- le contesto.

- No, no la hay.

Me despierto. Lloro como hace tiempo que no lloro. Llegué tarde, muy tarde.

Aún me quedan doscientos kilómetros para recorrer.



El aire de agosto es frío por lo general. Hoy es un día más de agosto. Es un día menos para Ana. El féretro baja, el sacerdote bendice. Los crisantemos me abruman con su aroma fétido. Papá está al lado de Ana. Pienso en el sueño y me mareo, me desvanezco. Alguien está ahí para sostenerme. Elías, un amigo de Ana.

- Emma, ¿estás bien?

- Sí.

Elías tiene la llave de la casa de Ana. Me la entrega y exige acompañarme, tiene miedo de que vuelva a desvanecerme. Pero es Ana quien se ha desvanecido, no yo.

Todo huele a tostadas. Elías pone la pava. Quiere hacer té.

- Dicen que mi hermana se cortó las venas.

- Sé lo que dicen.

- ¿Es cierto?- él no me contesta. Sonrié trágicamente.- Dudás. Yo también.

Le pido a Elías que no se vaya, le explico que necesito dormir. No he dormido, sólo he soñado. Si al dormir no soñás… ¿eso es vida? No sé. Pero no necesito soñar, necesito dormir.

Me acuesto en la cama de mi hermana. Su almohada guarda la fragancia a hierbas de su crema para peinar.

“No te acuestes con el pelo mojado, te va a hacer mal”, pero ella no hacía caso. Estoy soñando de nuevo. Ella está envuelta en su bata, peina sus rulos negros frente al espejo. Yo la miro desde la puerta.

- No quiero seguir con esto. Necesito dormir- le digo. Ella detiene su cepillo y me contesta.

- Ya habrá tiempo. Siempre hay tiempo.

- ¡Mentira!- le grito- ¡Llegué tarde! Nunca hay tiempo.

- Sí, siempre hay tiempo para soñar. Y ahora tenés tiempo. Buscá bien, la respuesta que estás esperando está frente a vos.

Despierto. Sigo sin dormir. Pero no estoy soñando, estoy viviendo. Oigo un susurro. Me llaman.

“Emma”.

Ana odiaba ver sangre. Ana no se cortó las venas.

“Emma”.

Me levanto. Soñé durante mucho tiempo. No pude dormir.

Un papel yace sobre la mesa de la cocina junto al juego de mate. Enciendo la luz y camino hacia él. Sé que cuando llegué no estaba ahí. No escucho a Elías. ¿Se fue?

Es un sobre. En su interior hay un manuscrito de mi hermana, reconozco su letra.



Emma:

Llegó la hora de irme, por eso esto está en tus manos ahora. Julio murió, pero eso no me hizo infeliz, luché por salir adelante. Cumplí con mis deberes cotidianos, se me puede reprochar cierta distracción, pero no excesiva. Todos luchan, por supuesto, pero yo más que otros, la mayoría lo hace como en sueños, como cuando uno, al soñar, mueve la mano para espantar un fantasma; yo, en cambio, he dado un paso adelante y lucho recurriendo a todas mis fuerzas de manera concienzuda y con esmero. Aún sueño, como vos. ¿Qué es la vida sin sueños?

Últimamente soñaba con la muerte. Soñé que la muerte me miraba por la ventana. Soñé que la muerte me ofrecía todo lo que siempre he soñado. Vi sangre en mis sueños. En ellos encontré una respuesta, Elías me ayudó a encontrarla.

Te he ocasionado dolor, te hice creer que morí, que me corté las venas. Viste mis heridas, mi cuerpo sin sangre, pero no fue un suicidio lo que viste. Voy a salir de tus sueños. Seguro que llegaste a tiempo. Elías me aseguró que ibas a leer mi carta.

Pude seguir mi vida sin Julio, sin hijos, porque descubrí que la muerte no es todo, porque encontré la respuesta en algo que siempre odié, en la sangre. Pronto vamos a vernos.

Un beso.

Ana



La puerta se abre. Alguien me agarra por la espalda. Siento un pinchazo fuerte en el cuello. Mi corazón se sobresalta y sus latidos se aceleran. Comienzo a sentir frío. Pero el dolor no supera la sensación de paz que me invade. Tengo sueño pero no estoy soñando. Me estoy quedando dormida. Duermo. No sueño más.