27 de mayo de 2014

Aire

Oscuridad. Silencio. No puede respirar. Golpea las paredes de madera que le aprisionan. Nada.
— Anna, Anna…— una voz de hombre la despierta con dulzura—. Volviste a quedarte dormida. No tiene sentido que alquilemos más películas si pensás hacer siempre lo mismo. Además, ésta la elegiste vos.
Los reproches de Alan no son verdaderos. Ella lo sabe. Él lo sabe. Se le acerca con suavidad y deposita en sus labios el calor de un beso.
— ¿Por qué me despertaste?— ella lo sabe, pero necesita escuchar a otro decirlo.
— Tenías una pesadilla. Respirabas agitada. Como si te faltara el aire— tan real. Para Anna había sido real—. ¿Querés contarme?
— No, amor. Ahora no— se acurruca a su lado y continúan viendo la película.
«Ayudame» un susurro se cuela en el oído de Anna. Se sobresalta.
—¿Qué pasó?— él la mira intrigado. No está dormida.
— ¿Escuchaste eso?— Alan la observa con el ceño fruncido. Esboza una sonrisa.
— Eso…, eso... Una voz—. Alan no comprende y la mueca de su rostro lo demuestra. Gira su cabeza de lado a lado. No sabe de qué le habla.
— La verdad, nena, no escuché nada. Seguramente te estabas quedando dormida.
Anna mira a su alrededor, busca el origen de aquel sonido. Nada. No ve nada.
— Debe ser. Me debo haber estado quedando dormida.

«Aire», un susurro la despierta. Abre los ojos y ve que su amado descansa a su lado. Sólo ella lo ha oído. Puede asegurarlo.
Se sienta en la cama. Un frío eléctrico recorre su espina. Hay alguien, alguien la llama. Mira al frente. Está ahí. Lo sabe. Enciende la luz de su velador. Durante unos segundo la ve. Una mujer, la piel azul, la boca y los ojos abiertos de par en par, desaparece ante ella.
Un grito se gesta en la garganta de Anna y escapa por su boca. Alan despierta sobresaltado. No sabe que ocurre, no entiende. Anna no dice nada. No va a creerle, los hombres no creen.

Se despiertan como siempre, temprano por la mañana. Aunque ninguno ha dormido realmente.
Beben café y comen tostadas para el desayuno.
Se visten, se arreglan. Anna toma su cartera, Alan agarra su maletín y juntos caminan hacia la puerta.
Alan abre. Pero algo obstruye el paso. Una caja de madera de gran tamaño.
— Alguien se equivocó. ¿O vos esperabas algo?— pregunta Alan. Pero ella no contesta. Está paralizada. No, no esperaba nada, pero sabe lo que hay en la caja.
Entra corriendo para buscar un martillo que le sirva para sacar los clavos. Su marido la mira preocupado y curioso a la vez. Lo suficientemente curioso como para no intervenir.
Anna comienza a quitar uno a uno los clavos hasta que la tapa queda suelta.
— Aydame a correrla— él la ayuda.
Miles de bolitas de polietileno se liberan cuando la madera que hacía de tapa es corrida. Anna se asoma para ver el contenido de la caja. Ella lo sabe. Una mujer asfixiada, con los ojos y la boca abiertos, y la piel azul. Alan tenía razón, alguien se había equivocado.

Ella le pidió ayuda, Anna no lo creyó, no confió en si misma. La culpa va a atormentarla por siempre. La había ignorado, cuando lo único que esa mujer le había pedido era aire.


*Cuento publicado en Sueños Dirigidos de Editorial Dunken.

17 de mayo de 2014

Femicidio



—Tengo que decirte algo. Quería que te enteraras por mí y no por otros. El lunes me voy con Marcos, nos vamos a vivir al sur.
—Walter… ¡Hey…! Walter…— lo llamaba su compañero de oficina. Walter estaba perdido en un pensamiento. Con la mirada detenida en la nada y los párpados sostenidos en el tiempo—. Walter…
—S-s-sí. Perdón. ¿Qué pasa?— dijo Walter mientras regresaba a la realidad.
—Nada, que necesito que me firmes estos papeles. ¿Estás bien, macho? Te noto algo cabizbajo. ¿Es por la Sole? Te dijo que se iba, ¿no?
—Sí, ayer— respondió, mientras su mirada caía al suelo.
—Veo que no te cayó bien la noticia— dijo su compañero.
—Nah… Toy bien, negro. Nada más que ando con muchas cosas en la cabeza, viste como es… Y ésta que se va… y bue… ¿Qué se le va a hacer?
Walter parecía haber vuelto a la normalidad. Eso pensó su compañero. Todo era normal. Era normal que estuviese triste. Era normal que sintiese algo de celos. Era perfectamente normal.
Lo que su compañero nunca supo era que, para Walter, nada de esto era normal. Lo normal hubiera sido seguir casados. Comer asados los domingos. Salir a pasear con el perro. Que Sole se embarazara. Tener un bebé. Tal vez tener otro. Crecer. Envejecer. El divorcio no era normal. Que ella se fuera con otro no era normal. Que ella desapareciera de Villa Allende no era normal. No podía ser normal.
—El lunes me voy con Marcos, nos vamos a vivir al sur.
Tenía que salir.
Abandonó todo y fue hasta la oficina de su jefe.
—Necesito salir un rato para hacer unos trámites en el banco— dijo Walter. El jefe aceptó sin reproche alguno. No era extraño. La municipalidad estaba abierta sólo por la mañana, al igual que el banco. Por tal motivo era frecuente que sus empleados solicitaran un permiso para hacer trámites. Nadie se sorprendió. A nadie le importó demasiado. Simplemente, su compañero le hizo la pregunta de rigor.
—¿Tenés que ir al banco?
—Sí, me acordé de unos trámites que tenía que hacer.
Walter salió esa mañana de la municipalidad sin dar lugar a sospecha alguna. ¿Quién podía esperar algo malo de un tipo como Walter?

—El lunes me voy con Marcos, nos vamos a vivir al sur.
El último disparo se escuchó a las trece. La gente del barrio estaba comiendo. Muchos se acurrucaron en sus casas. Un par de hombres valerosos salieron a ver. No había sido lejos. Una de las viejas del barrio llamó a la policía.

—El lunes me voy con Marcos, nos vamos a vivir al sur.
Eran las doce. Walter entró a su casa. Una pocilga a la que había tenido que mudarse después de terminar su relación con Sole. No pensaba con claridad. O tal vez pensaba con demasiada. O tal vez su mente era un laberinto que no hallaba otra salida. Su escopeta se ocultaba arriba de aquel ropero mal armado. Tomó una silla. Se paró en ella. Estiró el brazo y la rescató. La colgó en su hombro. Estiró el brazo otra vez para alcanzar las balas. Dos. Eran suficientes.
Salió de su casa sin ser visto. El arma se recostó en el asiento de acompañante. Un asiento que llevaba mucho tiempo vacío.

—El lunes me voy con Marcos, nos vamos a vivir al sur.
Era difícil ver el camino. Miraba el arma de reojo, buscando en ella la paz arrebatada. Nada de esto era normal. Lo sabía.
No golpeó la puerta. Era su casa. Entró. Sabía que ella estaba ahí. Había renunciado a la biblioteca para emprender su viaje. Estaría armando las valijas. No había un auto en la entrada. Ella estaba sola. Eran las doce y media.
El arma arrastraba su punta contra el piso. Walter caminaba hacia la habitación. Sus ojos se llenaron de horror al cruzar el umbral. Ella estaba ahí, armando las valijas. Quitándolo todo de aquel dormitorio en el que ambos había pasado los mejores momentos de sus vidas. Bueno, para Walter eran los mejores momentos de su vida. Sole dormía con otro allí. Había otro en el lado derecho de la cama. Había nuevos momentos felices en aquel cuarto.
—¡Walter!— dijo ella sobresaltada. Luego soltó una risita de alivio. No había visto el arma—. Me asustaste.
—Así que te vas…
—Te lo dije, Walter. Aparte es mejor para vos. Podés encontrar a alguien, rehacer tu vida.
—Pero yo te amo. No puedo dejarte ir…
En ese instante, los ojos de Sole vieron aquello que colgaba del brazo de Walter.
—Walter, ¿qué hacés con eso?— dijo Sole, dando unos pasos hacia atrás.
—Perdón, Sole, pero no puedo dejarte ir.

Primera bala. Un cuerpo cae al piso con el rostro destrozado. Walter llora. Llora como es debido. Llora de verdad. Abandona el dormitorio mientras seca sus lágrimas con el puño de su camisa. No soporta el dolor. Ella ha muerto. No se irá con él.
Llega al comedor. Segunda bala. Si apoya el arma contra su mentón, su cerebro volará en pedazos, junto con sus putos recuerdos. Pero si la pone en su pecho, su corazón volará junto a ese amor de mierda que siente por Sole. La ha matado, la ha asesinado. Pero no fue a sangre fría, fue con la sangre caliente. Fue con brotes de dolor. Fue por culpa de ese maldito amor, de esos putos recuerdos que no puede dejar ir.
En su mentón, lo ha decidido. La bala sale y por el techo se esparcen los restos de sus recuerdos.

Villa Allende está conmocionada. Todos rodean la casa. Marcos llega. Un policía lo detiene en la puerta. Ve la sangre. Vomita. Vomita sus ilusiones. Vomita sus sueños y proyectos. Nada queda de Sole y Walter.