“I see a red door and I want it painted black
No colors anymore I want them to turn black…”
Mick Jagger & Keith Richards
— Voy a
matarlo— esas palabras resonaron en la mente de Alexia irrumpiendo en su
sueño. Sus párpados se abrieron revelando el negro de sus pupilas, que se
clavaron en el chico que dormía junto a ella. Allí estaba él, descansando a su
lado, tranquilo y con vida, vivo.
Ella era ahora su mujer. Las amenazas de Mercedes no debían asustarla más.
—Si no es
mío, no es de nadie— le había jurado cuando se apareció frente a la puerta
de su casa, sola, desalineada y llorando a mares. Ese nadie era Alexia. Unos meses atrás, Xabier había abandonado a
Mercedes para correr a sus brazos. Todo era perfecto desde entonces. Y parecía ridículo
que desde ese día en que Mercedes había irrumpido con amenazas, Alexia no descansaba
tranquila. Sentía pena por Mercedes, pero no era culpa suya. Mercedes era la
única responsable de que Xabier la haya dejado. Aunque era incapaz de aceptar
su responsabilidad y parecía dispuesta a todo, incluso de matar a aquel a quien
consideraba su gran amor.
Los sueños, las pesadillas, no daban tregua a su
tormento. Mercedes parecía haber enloquecido, ignorar ese hecho le resultaba
imprudente, y su inconsciente no podía evitar proyectar por las noches sus
grandes temores. La mujer no estaba en su sano juicio y parecía ser capaz de
cualquier cosa. Cada noche, Alexia soñaba con la muerte de su pareja y
despertaba aterrada, rogando encontrarlo con vida y durmiendo a su lado, como
ahora.
— ¿Qué te pasa, Alex?— Xabier despertó, la intensa
mirada de su mujer había atravesado su sueño y lo había traído al mundo real.
— Nada, pienso…— dijo Alexia, intentando en vano disimular
su miedo, como hacía siempre. Claro que inútilmente, porque Xabier estaba al
tanto de sus tormentos. Las primeras noches tras las amenazas, los despertares
habían sido mucho más intensos, cargados de gritos y sollozos, por lo cual
había tenido que explicarle los motivos de su estado.
— En Mercedes, ¿no?— él le sonrió, una de esas
sonrisas calmas, de las que intentan apagar inútilmente ese inquietante temor
que a veces envuelve al alma de la mujer—. Te dije más de mil veces, es puro ruido,
la conozco, no mataría una mosca—. Él le acarició la espalda, recorrió sus
muslos y la besó, seduciéndola, tratando de distraerla de sus pensamientos.
Ella acarició su pecho, su estomago y se dejó llevar por el deseo. Sus cuerpos
se unieron hasta que el placer los venció. Cayeron profundamente dormidos uno
en brazos del otro.
Cuando Xabier abrió los ojos, el amanecer había
llegado y su mujer no estaba a su lado.
— ¡Alexia!— llamó. Nada.
— Voy a
matar a esa puta— había jurado Mercedes en el instante en que él estaba
atravesando la puerta con su bolso para abandonarla por su nuevo amor, la dulce
y tierna Alexia. Eso había jurado el día que él dejaba atrás años de
sometimiento a una mujer delirante, enferma. Saliendo al fin de una relación
miserable y sin sentido. Abandonando la tristeza por la esperanza. Al recordar
esas palabras, sintió que su corazón se aceleraba y un frío intenso recorría su
espina. Nunca las había tomado en serio, nunca hasta ahora. Vistió lo primero
que encontró y corrió, sin nada más que su celular y un juego de llaves en el
bolsillo, a casa de Mercedes.
La casa era la viva imagen del dolor y la locura
de Mercedes, tal como la había dejado. Entró sin llamar, la puerta estaba sin
llave, las luces apagadas y todo estaba cerrado, la oscuridad era intensa. Pero
se oía claramente una canción, Painted
Black.
Se dirigió al pasillo que daba al cuarto y al
baño, notó que había algo derramado en el piso, patinó y cayó de espaldas sobre
eso. Era un líquido espeso, lo iluminó con su celular, era rojo, rojo sangre.
Pero no, no podía ser, Mercedes no mataba una mosca. Durante años había luchado
contra su depresión, sus trastornos obsesivos, su compulsión, pero nunca contra
la maldad. Una sensación de frío recorrió su espina, no podía ser posible.
Alexia no tenía nada que hacer allí, nada. Sin embargo, el piso estaba cubierto
en sangre.
Con dificultad, se puso de pie y encendió la luz.
El rastro de sangre conducía al baño. Dispuesto a descubrir cualquier cosa,
decidió entrar, decidió verlo él mismo aunque fuera incapaz de olvidar. No
podía ser. Pero sus ojos revelaron algo quizás igualmente perturbador a aquello
que anhelaba no ver. Mercedes yacía en la bañera con sus muñecas cortadas, sumergida
en un rojo intenso.
— No me
esperes, amor… pasó algo… le pasó algo a Mercedes.
Cientos de policías, toma de declaraciones,
esperas, preguntas, respuestas. Largas horas pasaron hasta que Xavier pudo
volver a su hogar.
Allí encontró a Alexia en la cocina, preparando la
cena, esperándolo. Ella corrió a sus brazos al escucharlo entrar.
— Lo lamento tanto, amor, lamento que hayas tenido
que ver eso. Sé que fueron mis pesadillas lo que te llevaron a la casa de
Mercedes a esa hora— dijo ella entre besos al ver su la mirada perdida en el
horror, en la culpa—. Pero no te sientas mal, ella lo quiso así. Era cuestión
de tiempo…— Alex estaba animada, en cierta forma. Parecía no notar el rojo
oxido que manchaba la ropa de Xavier. Se dio vuelta, tomó un cuchillo de la
pileta de la cocina y, mientras cortaba la carne en bifes para arrojar a la
plancha que aguardaba incandescente, comenzó a tararear una canción de los
Rolling Stones.