10 de junio de 2011

La Noche

Aturdiéndolo, la noche había llegado. La noche se encarga de llenar tu mente de pensamientos, de recuerdos, de deseos. La noche viene a aturdir con su silencio.


Leandro miraba el reloj que llevaba en su muñeca mientras caminaba sin sentido, como si el tiempo en realidad importara. Eran las ocho de la noche, sí, en invierno la noche llega antes, por eso es una estación tan triste.

Los sonidos del silencio son los sonidos de tu propia mente que persigue una verdad que nunca llega, avasallándote con preguntas inútiles. Las visiones de la noche. Rostros, cuerpos, colores. También los perfumes. Todo lo que yace en tu mente dormida despierta por la noche.

Leandro estaba aturdido, encandilado, mareado. Imágenes. La noche había llegado para mostrarle imágenes de cuerpos blancos, de sangre corriendo. La noche le susurraba cosas al oído, sobre la muerte, la sangre, el dolor. Pero lo peor eran esos ojos, esos labios, y la taza que se derramaba una y otra vez. Ella.

Ella y sus labios.

Ella y su pelo.

Ella y su nombre… ¿su nombre? ¡Su nombre! ¡Era posible! La noche le había traído su nombre, un nombre que tal vez fuera suyo. Selene. La diosa de la luna, la suicida.

Unos pasos hacían eco sobre los suyos, sí, eran otros pasos. Pasos delicados, suaves, como de una creatura más liviana que el aire que sólo toca el suelo para marcar esos pasos.

Selene. El nombre ¿lo trajo la noche? Tal vez fue ella. Ella no quiere ser una cazadora anónima. Ella es ahora Selene.

Ignacio ha muerto y su nombre aparece. La autora está orgullosa de su obra. Una idea atormenta ahora a Leandro. Una sola idea. Ella ha matado por él.

Matar por amor. Matar es peor que morir. El alma se muere con nuestra víctima. En ese momento, el hombre deja de estar vivo para convertirse en algo más, algo que camina sin corazón asesinando para vivir, para sentir. Sin alma.

Ella era la creatura sin alma, la asesina. Pero Leandro sabía que había algo más. Algo había con la sangre. En sus sueños siempre se derramaba el líquido escarlata. Tal vez fuese un simple anuncio de la muerte.

Un frío intenso recorrió sus vertebras una a una. Una idea, un pensamiento, una sospecha. La piel se le erizó. Ella estaba en su mente, viendo todo lo que dormía guardado allí. Toda persona amada, todo aquel a quien había odiado, esos los cuales lo habían dañado alguna vez.

No demoró demasiado en figurarse la segunda víctima. Si el próximo cuerpo era de esa mujer, aquella que había hecho todo por arruinar su carrera. Esa mujer incapaz de perdonar el pasado, como si ella misma careciera de uno. Sí, la próxima. La cacería comenzaba de nuevo. Selene lo amaba, ella lo estaba vengando, estaba cazando en su nombre.

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