—Tengo que decirte
algo. Quería que te enteraras por mí y no por otros. El lunes me voy con
Marcos, nos vamos a vivir al sur.
—Walter… ¡Hey…! Walter…—
lo llamaba su compañero de oficina. Walter estaba perdido en un pensamiento. Con
la mirada detenida en la nada y los párpados sostenidos en el tiempo—. Walter…
—S-s-sí. Perdón. ¿Qué pasa?— dijo Walter mientras regresaba
a la realidad.
—Nada, que necesito que me firmes estos papeles. ¿Estás
bien, macho? Te noto algo cabizbajo. ¿Es por la Sole? Te dijo que se iba, ¿no?
—Sí, ayer— respondió, mientras su mirada caía al suelo.
—Veo que no te cayó bien la noticia— dijo su compañero.
—Nah… Toy bien, negro. Nada más que ando con muchas cosas en
la cabeza, viste como es… Y ésta que se va… y bue… ¿Qué se le va a hacer?
Walter parecía haber vuelto a la normalidad. Eso pensó su
compañero. Todo era normal. Era normal que estuviese triste. Era normal que
sintiese algo de celos. Era perfectamente normal.
Lo que su compañero nunca supo era que, para Walter, nada de
esto era normal. Lo normal hubiera sido seguir casados. Comer asados los domingos.
Salir a pasear con el perro. Que Sole se embarazara. Tener un bebé. Tal vez
tener otro. Crecer. Envejecer. El divorcio no era normal. Que ella se fuera con
otro no era normal. Que ella desapareciera de Villa Allende no era normal. No
podía ser normal.
—El lunes me voy con
Marcos, nos vamos a vivir al sur.
Tenía que salir.
Abandonó todo y fue hasta la oficina de su jefe.
—Necesito salir un rato para hacer unos trámites en el
banco— dijo Walter. El jefe aceptó sin reproche alguno. No era extraño. La municipalidad
estaba abierta sólo por la mañana, al igual que el banco. Por tal motivo era
frecuente que sus empleados solicitaran un permiso para hacer trámites. Nadie
se sorprendió. A nadie le importó demasiado. Simplemente, su compañero le hizo
la pregunta de rigor.
—¿Tenés que ir al banco?
—Sí, me acordé de unos trámites que tenía que hacer.
Walter salió esa mañana de la municipalidad sin dar lugar a
sospecha alguna. ¿Quién podía esperar algo malo de un tipo como Walter?
—El lunes me voy con
Marcos, nos vamos a vivir al sur.
El último disparo se escuchó a las trece. La gente del
barrio estaba comiendo. Muchos se acurrucaron en sus casas. Un par de hombres
valerosos salieron a ver. No había sido lejos. Una de las viejas del barrio
llamó a la policía.
—El lunes me voy con
Marcos, nos vamos a vivir al sur.
Eran las doce. Walter entró a su casa. Una pocilga a la que
había tenido que mudarse después de terminar su relación con Sole. No pensaba
con claridad. O tal vez pensaba con demasiada. O tal vez su mente era un
laberinto que no hallaba otra salida. Su escopeta se ocultaba arriba de aquel
ropero mal armado. Tomó una silla. Se paró en ella. Estiró el brazo y la
rescató. La colgó en su hombro. Estiró el brazo otra vez para alcanzar las
balas. Dos. Eran suficientes.
Salió de su casa sin ser visto. El arma se recostó en el
asiento de acompañante. Un asiento que llevaba mucho tiempo vacío.
—El lunes me voy con
Marcos, nos vamos a vivir al sur.
Era difícil ver el camino. Miraba el arma de reojo, buscando
en ella la paz arrebatada. Nada de esto era normal. Lo sabía.
No golpeó la puerta. Era su casa. Entró. Sabía que ella
estaba ahí. Había renunciado a la biblioteca para emprender su viaje. Estaría armando
las valijas. No había un auto en la entrada. Ella estaba sola. Eran las doce y
media.
El arma arrastraba su punta contra el piso. Walter caminaba hacia
la habitación. Sus ojos se llenaron de horror al cruzar el umbral. Ella estaba
ahí, armando las valijas. Quitándolo todo de aquel dormitorio en el que ambos
había pasado los mejores momentos de sus vidas. Bueno, para Walter eran los
mejores momentos de su vida. Sole dormía con otro allí. Había otro en el lado
derecho de la cama. Había nuevos momentos felices en aquel cuarto.
—¡Walter!— dijo ella sobresaltada. Luego soltó una risita de
alivio. No había visto el arma—. Me asustaste.
—Así que te vas…
—Te lo dije, Walter. Aparte es mejor para vos. Podés
encontrar a alguien, rehacer tu vida.
—Pero yo te amo. No puedo dejarte ir…
En ese instante, los ojos de Sole vieron aquello que colgaba
del brazo de Walter.
—Walter, ¿qué hacés con eso?— dijo Sole, dando unos pasos
hacia atrás.
—Perdón, Sole, pero no puedo dejarte ir.
Primera bala. Un cuerpo cae al piso con el rostro
destrozado. Walter llora. Llora como es debido. Llora de verdad. Abandona el
dormitorio mientras seca sus lágrimas con el puño de su camisa. No soporta el
dolor. Ella ha muerto. No se irá con él.
Llega al comedor. Segunda bala. Si apoya el arma contra su
mentón, su cerebro volará en pedazos, junto con sus putos recuerdos. Pero si la
pone en su pecho, su corazón volará junto a ese amor de mierda que siente por
Sole. La ha matado, la ha asesinado. Pero no fue a sangre fría, fue con la
sangre caliente. Fue con brotes de dolor. Fue por culpa de ese maldito amor, de
esos putos recuerdos que no puede dejar ir.
En su mentón, lo ha decidido. La bala sale y por el techo se
esparcen los restos de sus recuerdos.
Villa Allende está conmocionada. Todos rodean la casa.
Marcos llega. Un policía lo detiene en la puerta. Ve la sangre. Vomita. Vomita sus
ilusiones. Vomita sus sueños y proyectos. Nada queda de Sole y Walter.
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